Ficción para multitudes, Luis Artigue. Pez de plata. 2022. 187 págs.
Con esta última obra, son tres
las novelas que he leído de Luis Artigue. Si bien es verdad que Ficción para
multitudes tiene una longitud más corta que
las anteriores y que tanto su estructura como su polisemia son mucho más
sencillas que las de Donde siempre es medianoche (2018) y Café Jazz el Destripador (2021), lo cierto es que conserva los rasgos
fundamentales del estilo del portentoso narrador leonés, que lo diferencia del
resto de autores que ofrece el panorama narrativo español: el humor, el
cinismo, la retranca, la crítica, el diálogo con la tradición cultural de
occidente y una dosis elevada de imaginación.
Ficción para multitudes está protagonizada por un artista (marca de la casa).
En esta ocasión, por una guionista y dibujante de tebeos: Nathaniel Mortimer.
Es decir, por un hombre a medio camino entre dos polos opuestos: la vida
(“Nathaniel” guarda una relación de paranomasia con natus, nati. “nacido”) y la muerte (mors, mortis). No en vano, se trata de un personaje recientemente
fallecido a causa de la COVID-19, que se encuentra en un estado intermedio
entre ambos mundos. La novela, siguiendo el itinerario de la Divina
Comedia (Dante Alighieri), se localiza en
tres estancias del más allá: el paraíso, el purgatorio y el infierno.
Existe una corriente de opinión
generalizada que defiende la idea que la literatura española es, ante todo, de
cuño realista. Este prestigio viene de antaño. Ya durante el Renacimiento los
humanistas ponían en valor las novelas verosímiles que retrataban la verdad
psicológica de los personajes, menospreciando los libros de caballerías por su
sarta de elementos fantásticos y disparatados. Dios nos libre de semejante
ataque a la cordura. Lo nuestro es el “verismo”. Y este se remonta al Poema
de Mío Cid. Sus huellas nos conducen a La
Celestina, a la novela picaresca… Es decir,
a la literatura seria. Esta tesis tiene varios inconvenientes. ¿Qué hacemos con
el episodio de león del cantar de gesta? ¿Y con el conjuro satánico de la
alcahueta, que roba la voluntad de la joven Melibea? ¿Y con el Diablo Cojuelo
que guía a don Cleofás por el apicarado Madrid de mediados del siglo XVII? ¿Y
con las lentes mágicas de Los anteojos de mejor vista, que nos desvelan la realidad que oculta la Sevilla
barroca? ¿Y con el diálogo que mantienen, en la laguna Estigia, Mercurio y
Carón sobre la Iglesia y la política imperial? ¿Y con los Sueños de Quevedo? ¿Y con los endriagos que tratan de acabar
con Amadís? ¿Y con las fantástcas islas sumergidas del Caballero
Zifar? Tampoco parecen muy realistas, que
digamos, los Milagros de nuestra señora… Ni el célebre Lázaro-atún de 1555, ni el anónimo Diálogo de
las transformaciones de Pitágoras, ni el Coloquio
de los perros, ni el Diálogo
entre la cabeza y la gorra, ni la Cárcel
de amor, ni El estudiante de
Salamanca, ni las Leyendas que recogió Gustavo Adolfo Bécquer, ni el Laberinto
de Fortuna con sus ruedas girantes en donde
pueden verse el pasado, el presente y el futuro… Y seguimos hasta que
digáis.
Va a ser que nuestra literatura
es mucho más rica e imaginativa de lo que nos cuentan. Basta con estudiarla,
con leerla. Con acercarse a ella sin prejuicios.
Artigue se asoma con sus novelas
a esa “tradición de la ruptura” (Octavio Paz), de “cometido liberador”; que tanto se desprecia y se ignora en según
qué círculos. Ficción para multitudes es un crisol que mezcla
distintos elementos: la lírica de Dante, la narrativa de K. Dick, el diálogo
erasmista de Alfonso de Valdés, el cómic americano, la novela gráfica de Joe
Sacco o la literatura pulp.
Su novela, decía, se ubica en el
otro mundo. Como el Quevedo del Sueño del infierno o el Alfonso de Valdés del Diálogo de
Mercurio y Carón, Artigue trata de imaginarse
“el otro barrio”. El libro carece de trama. Se construye a través de los
diálogos que Nathaniel Mortimer sostiene con dos personajes que lo acompañan en
su periplo ultraterrenal. La obra está más cerca del ensayo que de la novela.
Gracias a estas conversaciones, el autor leonés defiende su poética y lanza una
salva a favor de los escritores frikis, esto es: heterodoxos, revolucionarios, imaginativos, amantes de la
búsqueda constante y libres en sus planteamientos estéticos e ideológicos; de
la talla de Cervantes, Erasmo, Dante o del cicerone que guía a Nathaniel por el averno: Phil K. Dick.
Como es habitual en las obras de
Artigue, no falta el apunte psicoanalítico. En esta ocasión, se dirige a los autores de tebeos, cómics y novelas gráficas. Luis indaga en los
traumas que impulsan a un guionista y dibujante a la representación de escenas
tétricas; reflejo del horror que lo sacude por dentro y que trata de evocar en
sus lectores. Y es que Nathan se ha especializado en la fantasía oscura. A lo
Neil Gaiman. El papel de terapeuta lo realiza el ángel encargado del triaje de
almas en el mismo infierno.
También encontramos en Ficción
para multitudes la crítica política a la
que nos tiene acostumbrados su corrosivo autor. Así como su ingenioso sarcasmo.
El libro nos actualiza la Divina
comedia, la saca de la estantería y la pone
en medio de la calle para desacralizarla, para que nos apropiemos de ella, para
recordarnos que los clásicos aún se comunican con nosotros. Me encanta el final
de la novela. Artigue nos explica las razones que llevaron a Dante a la
escritura de su obra inmortal: la añoranza de su tierra por causa del exilio.
El infierno es la pérdida de la felicidad.