En marzo de 2020, unas horas antes del confinamiento, me escribía
Luis García Montero para pedirme una carta dirigida a don Antonio
Machado. Pensaba darle la misiva en persona, pues había accedido muy
amablemente a participar, junto a Javier Lostalé, en un recital poético
en mi instituto para celebrar el Día de la Poesía. Como ya supondréis,
aquello fue imposible.
Dos años después, os dejo aquí la carta que escribí al vate sevillano tras la declaración del Estado de Alarma.
En Madrid, a 13 de marzo de 2020
Querido don Antonio Machado:
Se me brinda la oportunidad de escribirle esta carta, y aunque nos distancia el tiempo, quiero pensar que estas líneas lograrán comunicarle aquello que deseo compartir con usted. Sepa que la física cuántica defiende una hipótesis muy seductora: la fusión en un instante de todos los tiempos, tal y como adelantaba Garcilaso de la Vega en su célebre Égloga III cuando alude a la “tercera esfera”, donde pasado, presente y futuro confluyen a la vez y se dan de manera simultánea. Siendo esto así, es probable que usted y yo estemos superpuestos ahora mismo, unidos por las cosas que nos apasionan a ambos: la poesía, la naturaleza y nuestra vocación por la docencia.
Deje que me presente: me llamo Ariadna, y también soy poeta y profesora. Ya en el instituto comencé a leer sus versos, junto a las creaciones de los clásicos. Como a usted, me enfría el artificio de Góngora, y sin embargo vibro con San Juan de la Cruz, Gustavo Adolfo Bécquer, Jorge Manrique, Francisco de Quevedo o fray Luis de León. De sus contemporáneos, prefiero a Juan Ramón, Unamuno, Federico, Cernuda y Aleixandre. Lástima que usted no conociese la evolución de don Luis al acabar la guerra. Le habría encantado la hondura de su voz. Y qué decir de JRJ, de su indagación interior por el abismo de su propia conciencia, en su obligado exilio americano. No dudo de que las obras de ambos le habrían sobrecogido a usted.
Permita que le cite otro elemento que nos une: una parte de mi vida también está ligada a la Institución Libre en Enseñanza. ¿Podrá creerse que viví en la “Resi” gracias a una beca de creación literaria? Pues es cierto. Amigo mío, muchas cosas han cambiado en este país desde que usted lo habitase, y ahora las mujeres podemos hospedarnos en los célebres Gemelos I y II que diseñase –hace un siglo– el famoso arquitecto Antonio Flórez; otras cosas, lamentablemente, permanecen igual…
Pero a lo que iba, el espíritu de la ILE forma parte de mi código genético. Como recordará, Francisco Giner de los Ríos apuntaba que los escritores debemos consagrarnos a la belleza y, al tiempo, hablar de la civilización en que se nacemos. Y a ese objetivo yo consagro mi obra. Hasta el momento he publicado ocho poemarios y, en conjunto, critico en ellos varias lacras sociales: la violencia que sufre la mujer a manos de su esposo, el odio a los homosexuales, la ferocidad de la guerra, la enajenación humana, la destrucción de la biosfera, el agotamiento de los recursos energéticos, las nefastas consecuencias ecológicas del capitalismo salvaje. A la par, dedico mis textos a la contemplación entusiasta de los parajes agrestes, en busca de una conexión con Gaia. En este sentido, me identifico mucho con Vincent van Gogh. Hará un año que leí las cartas del insigne pintor a su hermano Teo. ¿Las ha leído usted? En esas prodigiosas misivas encontré algunas ideas dignas de enmarcar. Le cito una: “Veamos, ¿no es casi una verdadera religión lo que nos enseñan estos japoneses tan simples, y que viven en la naturaleza como si ellos mismos fuesen flores?”. Yo, como él, también defiendo la necesidad de una vida sencilla, espiritual, en contacto con los bosques, las aves y los ríos.
Ha llegado el momento de contarle cómo es mi mundo. Quizás así comprenda mi deseo de elevar una denuncia pública de nuestra sociedad, así como de ofrecer –a través de la inmersión en un entorno natural– la energía que nos impulse hacia el centro de nosotros, para remodelarnos y vencernos.
Verá usted, don Antonio, vivimos en un mundo globalizado, unido por los medios de transporte (sobre todo el avión, sí, sí, como lo oye, en doce horas podemos plantarnos al otro lado del globo por un precio asequible) y las tecnologías domésticas más avanzadas (aunque no lo crea, los humanos gozamos de dos vidas: la analógica y la digital, la física y la inmaterial, que nos permite comunicarnos de manera masiva con cualquier individuo, por lejano que esté, que nos hace desplazarnos por el espacio y el tiempo gracias a los satélites espaciales y al almacenamiento de millones de datos en dispositivos móviles del tamaño de la palma de la mano). Nuestro mundo es veloz, irreflexivo, y está pensado para la satisfacción de los deseos, para el consumo de bienes innecesarios, para el entretenimiento y el ocio, y lo que me resulta más deleznable: para el goce de privilegios a costa de la vida de otros seres (bosques que deforestamos, animales que extinguimos, humanos que explotamos). ¿Recuerda los lamentos de Pío Cid cuando Ganivet denunciaba la prisa de quienes preferían el tren a los paseos? Si a mi admirado Ángel le hubiera tocado en suerte el siglo XXI, créame: se habría suicidado mucho antes de llegar a los 30.
Por supuesto también tenemos cosas buenas. España, por ejemplo, vive un periodo de respeto y tolerancia como nunca hasta ahora. Le informo, para su regocijo, de que tenemos un gobierno de coalición formado por partidos de izquierdas; eso sí, el régimen político de la nación es una monarquía parlamentaria… Las mujeres nos hemos empoderado de tal manera, que la mitad del ejecutivo pertenece a mi sexo. Como lo oye, don Antonio: tenemos 11 ministras y otros tantos ministros. Quizás el Presidente, Pedro Sánchez, se lo haya contado. Me consta que le ha escrito. Disfrutamos, además, de un estado de derecho garante de los servicios públicos (Educación, Sanidad, Justicia…). Y sin embargo…
¿Se acuerda del crak del 29? ¿De sus repercusiones? La vida es un eterno retorno, ya sabe usted. Hoy día, el mundo padece los estragos de una crisis que empezó en 2008 y que no tiene pinta de que vaya acabar. Se trata de una crisis económica, energética, ecológica… y ahora también sanitaria. Deje que le explique. Necesitamos tanta energía para hacer viable nuestro estilo de vida que nos hemos chocado contra los límites físicos del planeta. Poco a poco estamos acabando con todos los elementos de la tabla periódica. Si levantara la cabeza Mendeléyev se llevaría un buen disgusto. A falta de combustibles fósiles, se ha desatado una lucha de clases por mantener los privilegios de unos pocos y expulsar al abismo a los demás. Esta guerra se efectua país a país y casa a casa. Como consecuencia, se reproducen los despidos, se debilitan los servicios públicos en favor de los centros de gestión privada, Europa evita a cualquier precio la entrada de los refugiados que huyen de zonas en conflicto… Sí, ha escuchado perfectamente. Pagamos la solidaridad de los países que nos abrieron sus fronteras el siglo pasado con monedas de concertinas y gases lacrimógenos.
Pero el planeta es sabio. Y consciente de la amenaza que representamos para él, nos ha lanzado un virus que se cobra, a diario, miles de personas. Padecemos una pandemia que tiene a Italia, El Salvador o los Estados Unidos en una obligatoria cuarentena. En España se ha declarado el Estado de Alarma. Vea usted que desde el estallido de esta crisis sanitaria el mundo se ha parado, se ha infartado. Este duro frenazo de la industria, del consumo y del turismo global, no obstante, nos ha dejado datos positivos: ha rebajado nuestras emisiones de CO2 a la atmósfera y nos ha recluido a la fuerza en casa. Nuestro aire es más limpio, nuestro “tempo” más lento. La Tierra sigue enferma, pero estable.
Ya le dije que soy profesora, ¿verdad? Pues, bien: en Madrid, debido al coronavirus (que así se llama el bicho de marras), los docentes hemos dejado las aulas reales por las virtuales. Y he aquí una nueva coincidencia que nos une a los dos, don Antonio. Adivine. ¿Se rinde? Verá: imparto la asignatura de Lengua Castellana y Literatura en el Instituto Cervantes. Exacto. Mi primer destino tras aprobar las oposiciones al cuerpo de secundaria fue –lamenablemente– su último destino. ¿No es casualidad? En las vitrinas del hall se muestran varios documentos suyos o relativos a usted. Fichas de alumnos, certificados de su traslado a Madrid. Uno de ellos, sin embargo, me resulta indignante.
Usted perdió la vida en la frontera, empujado por el miedo y el horror al fascismo. En nombre de la libertad. Colliure representa la resistencia a los totalitarismos. De ahí que el régimen franquista tratara de ocultar el lugar de su muerte, don Antonio, poniendo en su baja por defunción en el Cuerpo de Catedráticos de Instituto que había perdido la vida en un campo de concentración en Francia. De ese modo, se eliminaba del imaginario colectivo la posibilidad de la subversión, la defensa de la alternativa, la lección de coraje.
Mi querido Antonio, en estos tiempos de incertidumbre a veces me pregunto por el rumbo a tomar. Usted, a comienzos del siglo XX, abandonó el Modernismo por la mirada realista; Juan Ramón, por la poesía conceptual, destilada (de moda en Reino Unidos, con el Imaginismo; y en Rusia, con el Acmeísmo). Pero yo me interrogo, ¿y ahora qué? Garcilaso renovó nuestra lírica traduciendo a Petrarca. Bécquer por influjo del Romanticismo alemán. Federico, por la impronta del surrealismo francés, Cernuda por la inglesa. ¿Y dónde está la veta de mi tiempo? ¿Hacia qué costa dirijo mis prismáticos? ¿A qué planeta oriento el telescopio?
Mi camino, como le comentaba, es doble. Tiene forma de péndulo. Creo que mi deber es la denuncia, acompañada siempre del aliento, del estímulo a mis conciudadanos; la crítica civil, junto al elogio exaltado del templo de la Naturaleza. De hecho, ensayo ahora un misticismo panteísta que me transforme a mí y a mis contemporáneos desde un punto de vista moral, así como una ascética que me lleve a mi centro. En Finlandia he encontrado un filón hacia este viaje interno. La soledad y el frío lo propician. Creo que le gustaría leer estas composiciones. Sobrevuelan sus ecos en sus páginas. He de confesarle que usted es uno de mis autores de cabecera.
Acabo ya mi carta, don Antonio. Si lo tiene a bien, contésteme con unas letras en el fondo del espíritu, que yo las leeré con los ojos del alma.
Ariadna G. García