Y pensar que hubo un tiempo en que palpitaron los tres... Ayer nos dejó
Guadalupe Grande. En 2019, su madre, Francisca Aguirre. En 2014, su
padre, Félix Grande. No se me ocurre mejor homenaje a su memoria que
hacerlos vivir en los versos del último.
En este collage temporal se remite a un tiempo presente (años 60) con referencias a la actualidad política y biográfica del poeta. La pequeña Guadalupe tenía dos años. También se rememoran tiempos pretéritos asociados o bien a los recuerdos personales o bien a evocaciones culturalistas. Félix Grande nos retrotae a dos periodos históricos de la historia del arte: la poesía cancioneril del siglo XV (intercalando citas de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique), la poesía vanguardias del siglo XX (con una cita de "Masa", de César Vallejo) y la época dorada del jazz. El tiempo no es lineal, se yuxtapone. Según la física cuántica todo es simultáneo. No existe el devenir. De modo que la familia de poetas Grande Aguirre aún sigue respirando bajo el sol y sosteniendo la memoria colectiva.
Telas graciosas de colores alegres
Según el ABC de hoy
Johnson ha motivado
un nuevo agonizante en la capital de Malasia
(se ve un caído junto a la bota de un policía
y la bandera norteamericana en un ángulo de la derecha.)
Caminando por la acera de Alenza en busca del kiosko
recordé moderadamente a una amante que tuve en Málaga.
Aquel soldado castellano que se llamó Jorge Manrique
escribió sobre esto palabras permanentes. Cuán presto
se va el placer, cómo se pasa la vida, aquellos días
de Málaga o del medievo qué fueron sino verduras de las
eras.
Vuelvo a casa silbando una melodía de Fats Willer.
También aquella época de jazz comienza a ser prehistoria:
algunos artistas negros de nuestros días atomizados
desprecian a Louis Amstrong sus reverencias a los altos
yanquis
y soplan sobre sus trompetas con la furia de un juramento.
Y mientras, Charlie Parker sigue muriendo ay sigue muriendo
y Vallejo se extiende en la conciencia de los jóvenes
que leen poesía y que esperan el veredicto de lord Russell
y Sartre y muchos más contra los importantes del país
más poderoso de la tierra (de estos hay señales
inequívocas).
Paca, viste a la niña con colores alegres:
tal vez vengan hoy los abuelos, esa pareja de casi ancianos
que han sufrido bastante y trabajado como bestias de carga.
Ella tuvo ocho hijos, enterró tres, atendió enfermedades,
y zurció ropa de los otros cinco; él, ah cómo lo amo,
hombre de precisas palabras, nos educó con su conducta,
perdió una guerra, enterró a sus padres, soportó
desesperación económica y separación de los suyos
y hambre y frío y calor y fatiga e insomnio,
todo cuanto nuestro país reserva a los matrimonios
miserables.
Pon a Lupe los pendientes de oro y repite conmigo:
si alguna vez exiliamos a esos dos viejos de nuestro corazón
seremos unos hijos de perra, unos bastardos. Paca,
viste a la niña con colores alegres. Señores:
agoniza un manifestante en la capital de Malasia.
Y va desfalleciendo la mañana debajo debajo de un sol casi
baldío
mientras pasa mi juventud, las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras, qué fueron sino rocío de los prados.
Y mientras caen bombas y muertos sobre las junglas de
Vietnam.
Ahora recuerdo una travesía solitaria y paciente
por calles de París. Era una madrugada de septiembre,
venía de amar a una mujer, iba a dormir a casa de un amigo
en la calle Maurice Ripoche; y caminaba y caminaba
rememorando al mismo tiempo mis insustituibles y pequeños
sucesos de hombre
y la Revolución Francesa; y calculaba de memoria mis francos
bajo una amable lluvia que mojaba
mis sucios cabellos, mis manos; que resbalaba
sobre mi fervor de vivir y la calamidad del mundo.
Escribo para vosotros, testarudos, calamitosos seres
que deambuláis en este laberinto agrietado de nuestro siglo.
Os mando cartas porque creo en el fenómeno poético,
lenguaje enloquecido y apesadumbrado que se derrite de calor
ante un malasio que agoniza entre el plomo y la rabia.
Escribo porque amo atrozmente lo que aún no ha sido todavía,
como lo amáis vosotros, gente, que vais por las ciudades
recordando y deseando, con un periódico arrugado
y un corazón que se hincha como un aullido en un barranco.
Escribo esta carta mientras oigo los ruidos de la cocina
y veo pasar el tiempo como un megaterio por la dulce ventana
.
Escribo porque no soy un degenerado, porque estoy muy en
deuda
con dos viejos que languidecen en la edad al borde de su
nieta,
con una persona pequeña vestida con telas graciosas,
con seres que me dieron o me dan, con gentes que pasan,
con años que transcurren camino de los siglos,
con un sueño de amistad popular que cruza solitario
como un viejo vehículo del mar por el mar de la historia.
(De Blanco spirituals, 1967)