Ariadna:
Una barcaza de lianas para abrazar el horizonte
Zarpar con Ariadna G.
García es entrar de cabeza en la obra viva. Vida-puertas y ventanas, vida-llave de los
imposibles, vida-mar abierto azul hortensia. Pilotean ella y Ruth, madres
bienaventureras de una pareja de niños (Kai y Leia), esquejes crecidos del
milagroso encuentro de dos galaxias (esas tú y yo injertadas entre siete millardos de seres)…
Surca, transita su tripulación al ritmo del ronroneo de un gato que sabe por
negro, por viejo y por Argos, que el mapa se va viendo en el camino, y que
siempre que llueve escampa. El timón de la nave es una “Rueda” dispuesta a
todos los destinos… No vienen a colonizar ni a hacer turismo, sino a reconocer
su era terrestre; a aprender la “(E)lección” de ir haciéndose una “identidad”
propia, proteica, flexible. Su divisa: Bojéate a ti mismo.
Así, la
embarcación navega: a ratos, ligera y a ratos, carenada por la obra muerta. Afincada, justamente, en la Línea
de flotación, como
en una tabla de surf, la voz busca atisbar (acompañada de sus lectores) lo que
hay “Sobre” y (de)”Bajo” de los mundos que nos amparan. De “lo corpóreo” a “lo
etéreo”; del verso al púlpito por derechos humanos sin sexo, nacionalidad o
color; del insomnio a los sueños ¿insondables? como el mar, el amor y los
espejos…, se abisma y emerge, para adentrarse en sí/ en el universo, cada vez
con más brío. Manojo de correspondencia(s), estos “Sobre”(s) (a)parecen
remitidos, primeramente, a los hijos, aunque también a la Tierra y a la mujer
que ama. Una viveza (propia de esa Sor Juana pura voluntad, cuyas vida y obra
Ariadna conoce al dedillo) palpita en el corpus y en el cuerpo que lo anima; los recorre un
ansia por comunicarse y comunicar lo que padece(mos); de ahí que Ariadna se
extienda como una enredadera, y que el llamado vegetal de sus “lianas” quiera
abrazar a sus futuros interlocutores. Porque si bien la tripulación de este
barco es su pequeña familia, si la historia que se trasluce es íntima…, lo
testimoniado converge con una preocupación humanística (política, a la usanza
griega) de ciudadana atenta a los desmanes de nuestro impacto en el medio.
En consonancia con
ese aler/ntar de los espíritus, la asisten sencillez y brevedad, ironía, anáforas
y enumeraciones vertidas en formas estróficas sucintas como el epigrama y el
haiku, junto a variaciones más heterodoxas. Contrasta la propuesta de quebrar
tanto hipócrita esquema (genérico, moral, social…) con la diafanidad de las imágenes
y la delicadeza de la disposición de los versos, incluso al adentrarse en temas
de curso difícil: del acecho de la muerte a la caducidad. Como la rueda que
timonea o el mar que la acoge entre sus escamas vivas, la poeta no desecha
ninguna carta de navegación; ¿o no es verdad, según dijera Francisco de Osuna,
que el ser humano es Dios? Ariadna G. García no cree en muros, que a fin de
cuentas sabe hechos de agua y tierra, elementos naturales de necesaria bondad.
Mas, ni el coraje ni la felicidad la ciegan. Palpa adolorida la inversión de
los “Valores de Occidente”, el agotamiento de la “Tabla periódica”, la “Paradoja”
de los discursos en defensa del otro… y trata de enderezar su “Travesía” en el
temporal, al abrigo de acompañantes que la inspiran a escalar “montañas”, a
restañar los “arañazos” que “parte[n] en dos el bosque”...
La poeta y ensayista cubana Jamila Medina Ríos |
Engendrar impulsa a
repasar sueños y vida, replantearse metas, soltar lastre y querer alzar de
nuevo las vigas del cosmos. No extrañe, pues, si afirmo que Línea de flotación se alía por algún vaso sanguíneo,
comunicante, con el José Martí de Ismaelillo, donde el Poeta Nacional de Cuba instaura un
coloquio con el hijo, y entre juegos y arrumacos lo inicia en las auroras y los
nocturnales del mundo al que se halla recién venido. Ariadna G. García, rueda
de su propio destino (en la que se entrecruzan los radios de la profesora que
imparte a Martí o de la ensayista que ha dialogado a fondo con la obra de Sor
Juana Inés de la Cruz con el de la exploradora amante de su esposa y de catar
todas las estaciones en cualquier latitud), madre desde que la conocí, pone aquí
un estallido: explosión de vida que al reverso lleva su honda preocupación por
las convulsas realidades que nos minan, degradando natura, ethos, poiesis… ; desprestigiando, como nos espeta,
la propia vida.
Su habilidad para
captar lo doméstico y lo público, la soltura con que va del frescor de las
pieles de unos bebes contemplados en sus cunas (emulando el mejor de los
helados) a los vericuetos de la historia borbónica española (con sus sórdidos
patíbulos al sol), tal ambición contrapuntística confirma ese rasgo de su
voluntad que la hace comparable a una saltadora de altura: capaz de volar todos
los setos por amor (filial, erótico, fraterno, universal, “absoluto”…). Y así
también subraya su agudeza para ver en cada “Sobre” lo que hay [a]“Bajo”, o
viceversa…; sopesar los paraísos del Infierno.
Línea de flotación puede ser leído como cuaderno de
bitácora. Sus páginas no dictan procederes ni rutas de navegación; empujan al
viaje junto a “La compañía” idónea… A iluminar el rostro y celebrar el azote
del viento en las mejillas. A acostarse sobre el mapa y ver girar con la brújula
las entradas posibles al “calor de una vida”. A saborear la sal que dejan el
sobresalto de la marea en boca de quienes se atreven a izarse como una vela.
Apostada en mi nueva
casa, de cara al mar, me parece verlos flotar por el Caribe, dibujando el
zigzag de las Antillas (de Cuba a Puerto Rico y más allá: saltando como anguilas entre caimanes, mesándose las barbas al fresco del bonaire, saboreando el rojear de las granadas, de Sotavento a Barlovento...). Así,
reinventándose banderas de señales, resemantizando todos los sistemas para
fundar sus moradas, me llega el llamado de esta tripulación, y salgo a
esperarla en mi ventana. Con la sonrisa y la vida abiertas de par en par…
Jamila Medina Ríos
San Lázaro y M, La Habana, marzo de
2017.