jueves, 26 de mayo de 2016

Feria del Libro Madrid 2016



Os dejo por aquí un par de eventos en los que participo:

*Firma de ejemplares de la Antología (Tras)lúcidas. Poesía escrita por mujeres. 1980-2016. Compilada por Marta López Vilar (Bartleby. 2016). Estaré, junto a Rosana Acquaroni, el sábado 28 de mayo (de 12:00-14:00) en la caseta de la editorial, la 224.

* Recital-homenaje a Blas de Otero. El próximo 7 de junio, a las 20:00, en el Pabellón de actividades de la Feria. Me acompañan, entre otros poetas, Javier Lostalé y Verónica Aranda. 

Nos vemos allí ;)


domingo, 22 de mayo de 2016

Imperio Gay



 
El arzobispo de Valencia declaró hace unos días que los homosexuales constituimos un “Imperio” contra la familia. Supongo que se referirá a un imperio maléfico, a una suerte de organización guiada por fuerzas oscuras para abolir la paz de la galaxia. Lo cierto es que, sin nosotros, la demografía de este país sería aún más penosa de lo que es. Nosotros, precisamente, traemos hijos al mundo para que la humanidad no se extinga. Creamos familias sólidas, basadas en el amor, la confianza y la comunicación, para dar un poco de coherencia a una sociedad que se está desmoronando por culpa de varias crisis solapadas (energética, económica). Quien ataca a la familia es el sistema, quien socava las reaciones filiales es un gobierno que abarata el despido, que recorta en Educación, en Sanidad y en Dependencia, que se gasta el dinero de las pensiones en devolver a Europa el dineral que nos prestó para rescatar a la banca (banca hundida por ellos, por su mala gestión, por sus despilfarros). Pero las palabras de Cañizares, además de manipuladoras, falaces y ridículas, suponen varios delitos tipificados en nuestro Código Penal: un delito de injurias contra (nuestro) honor, y un delito de incitación al odio. No deja de ser llamativo que sea un arzobispo católico el que arengue desde el púlpito contra una porción importante de la ciudadanía, el que inocule veneno en las conciencias de la gente para dividir al pueblo, el que irradie rabia, inquina, ira y aversión hacia otros seres humanos: sus vecinos, sus familiares, sus compatriotras. Las palabras de este pobre hombre frustrado deberán ser valoradas por el gobierno que salga de las próximas elecciones a fin de eliminar todo tipo de patrocinio económico institucional a la Iglesia católica. Un Estado moderno no puede financiar terroristas verbales. El odio homofóbico del arzobispo no es inicuo. Sus despotricaciones avalan las agresiones físicas que los homosexuales venimos padeciendo en los últimos meses. Ahora mismo, las fuerzas y cuerpos de seguridad deberían tenerlo en prisión. La fiscalía del Estado debería acusarlo de enaltecimiento del terrorismo. Su odio cobra cuerpo en los descerebrados que atacan a los homosexuales, se cobra víctimas entre hombres inocentes; sus palabras tienen como objeto movilizar a la ciudadanía en contra sí misma (de hermanos y convecinos). ¿No es eso terrorismo? Cañizares es un aspersor de rabia, si bien son otros los que la canalizan y ejecutan. Ayer la delegación del gobierno permitió una manifestación nazi en Madrid. Por lo visto, ni los líderes religiosos ni los políticos tienen valores morales en esta nación. En las urnas podremos revertir este absurdo en que España se está conviertiendo. En las urnas y en los paritorios. Por suerte, los homosexuales estamos trayendo al mundo hijos a los que educamos en la convivencia, la solidaridad, el respeto, la dignidad o la justicia. ¿Será que Cañizares tiene miedo al advenimiento del mundo por el que dio la vida el rebelde, subversivo y perseguido de Cristo?     
             


jueves, 19 de mayo de 2016

Albert Camus. Discurso de recogida del Nobel. 1957



 
Estocolmo, 10 de diciembre de 1957


Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa  mis méritos personales.  Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante?

He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse.
Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo,  en todas las circunstancias de su vida, oscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.

Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la Primera Guerra Mundial, que tenían veinte años  en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la Segunda Guerra Mundial, al universo de los campos de concentración,
a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sábe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores   establecezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabais de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi difícil fe,  me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabais de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno, y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.


lunes, 16 de mayo de 2016

Sentimientos nevados



 
El pasado 5 de mayo entregamos en el instituto los premios literarios de poesía y relato. Tuvimos la suerte de que el escritor Fernando J. López diese los diplomas a los alumnos premiados. Fue mera casualidad que tras su charla-coloquio sobre El reino de las Tres Lunas -novela juvenil donde aborda el motivo de la creación poética colectiva, pues los protagonistas son un grupo de juglares que componentes una pieza para desvelar un crimen- fuese él, precisamente, el encargado de pronunciar el lema ("Hijos de la luna") de la obra ganadora en la modalidad Poesía. ESO ("Sentimientos nevados"), bajo el cual se agrupaban -para mi orgullo- once alumnos de mi grupo de 2ºL. Mientras la nueva ley educativa empuja a los alumnos hacia el individualismo, hacia la competición por ocupar un puesto en un ránquing escolar, y mientras la sociedad capitalista exporta como valor supremo el económico; mis estudiantes han defendido los valores contrarios: la unión para alcanzar un objetivo común, que no ha sido otro que divertirse escribiendo un poema conjunto. Así, han reivindicado la fuerza del grupo para perseguir un objetivo estético, para alcanzar una meta ilusionante para todos. No lo han hecho por dinero (apenas tocan a cuatro euros por cabeza), sino por compartir un proyecto, por unirse aún más de lo que están, por disfrutar tanto de la creación literaria como de los preparativos (búsqueda de un lema integrador, de un título, de un medio ingenioso para repartirse el premio, de un orden compositivo…). Han demostrado que están muy por encima de las raquíticas metas que el sistema educativo trata de imponerles (mera memorización de contenidos), y de la estrecha visión con que los adultos muchas veces los miran. Algunos miembros del jurado no daban crédito a la feliz colaboración de estos once adolescentes para ilusionarse juntos compartiendo una meta. A veces somos los propios adultos los que minusvaloramos a nuestros estudiantes. Pero dentro de las aulas tenemos un potencial arrollador que, a nada que se estimule un poco, puede dar frutos tan bellos como este premio tan merecidamente otorgado a mis once alumnos.

En homenaje a ellos, y con el orgullo que puede sentir una profesora hacia sus chicos, dejo aquí el poema ganador. Es un honor y un privilegio tener la oportunidad de dar clase a unos estudiantes tan creativos y tan entusiastas. Ellos mismos me han pasado el texto premiado indicando el haiku escrito por cada uno.




La nieve fría.
Un hombre solitario:
La soledad.

(Plamena)


La blanca nieve.
Paisaje sin salida.
Un viento helado.

(Daniel)


La nieve blanca
en los campos de invierno.
El hombre triste.

(Gabriela)


Estaba solo
como un punto en la nieve,
desvanecido.

(Sara)


Soledad fría,
mundo descolorido:
la nieve blanca.

 (Heydi)


Vacío al frente,
silencios en la nieve,
soledad blanca.

 (Amalia)


La cresta blanca
se ve disimulada
allí a lo lejos.

 (Virginia)


Miran atrás:
ven los copos caer,
desvanecerse.

 (Lucía)


La gran ventisca
cubre nuestro camino:
siempre atrapados.

 (Qiqi)


Calma absoluta.
Ventisca arrolladora.
Siento impotencia.

 (Hao)


Soledad blanca.
Existencia pequeña.
Frío aislamiento.

(Paula)


martes, 10 de mayo de 2016

(Tras)lúcidas




Tengo el honor de haber sido seleccionada para la antología (Tras)lúcidas, preparada por Marta López Vilar, profesora de la Universidad de Alcalá de Henares. Me acompañan, entre otras autoras: Aurora Luque, Rosana Acquaroni, Esperanza López Parada, Carmen Camacho, Sofía Castañón, Erika Martínez y Guadalupe Grande. Os dejo las palabras de la compiladora sobre el libro:


"(Tras)lúcidas no es una nueva antología de género ni pretende serlo. Es, tan sólo, una antología de poesía. Sin más. Un volumen que reúne la palabra poética de veintinueve autoras nacidas a partir de la década de los años sesenta en nuestro país. Pero son muchos los casos en los que la escritura creada por mujeres ha estado sometida al silencio. Por ello, este libro responde a una necesidad de que la poesía –buena poesía– rescate de su presencia traslúcida unos poemas que deberían de ser leídos con una perspectiva alejada de patrones creados por una historia sociocultural masculina. Porque es y seguirá siendo necesario reclamar el lugar que tantas y tantas mujeres creadoras han tenido y tienen en España. (Tras)lúcidas intenta, así, hacer un ejercicio de memoria literaria sobre el porqué de esa injusticia que siempre ha acechado a la literatura femenina, tratando de mostrar las causas que originan su (tras)lúcido silencio. Causas que hacen que tantos y tantos nombres suenen vagamente o no suenen. Mujeres (tras)lúcidas que escribieron, y escriben, y merecen al fin una justa lectura". 

MARTA LÓPEZ VILAR





miércoles, 4 de mayo de 2016

Sobre la denominación de emigrantes





 
Siempre me pareció falso el nombre que nos han dado: emigrantes.
Pero emigración significa éxodo. Y nosotros
no hemos salido voluntariamente
eligiendo otro país. Ni inmigramos a otro país
para en él establecernos, mejor si es para siempre.
Nosotros hemos huido. Expulsados somos, desterrados.
Y no es hogar, es exilio el país que nos acoge.
Inquietos estamos, si podemos junto a las fronteras,
esperando al día de la vuelta, a cada recién llegado,
febriles, preguntando, no olvidando nada, a nada renunciando,
no perdonando nada de lo que ocurrió, no perdonando.
¡Ah, no nos engaña la quietud del Sund! Llegan gritos
hasta nuestros refugios. Nosotros mismos
casi somos como rumores de crímenes que pasaron
la frontera. Cada uno
de los que vamos con los zapatos rotos entre la multitud
la ignominia mostramos que hoy mancha a nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros
se quedará aquí. La última palabra
aún no ha sido dicha.


(De Poemas y canciones, Alianza. Traducción de Jesús López Pacheco. 1968)


Bertolt Brecht huyó de Berlín con su familia en 1933, perseguido por las SS. Se refugió en Dinamarca, Suiza y Finlandia. En estos países escribió algunos de los mejores poemas que yo haya leído jamás, como este de arriba.