sábado, 25 de julio de 2015

Subsuelo



 
Subsuelo, Marcelo Luján. Salto de Página. 2015. 18 euros. 240 páginas.




Hay cosas en la vida que escapan a nuestro control, que obedecen a fuerzas telúricas sobre las que no tenemos dominio; hay otras, sin embargo, que pueden evitarse gracias a la educación, a la tupida red de ideas y valores que nos trasmiten la familia y la sociedad. De ahí la importancia de la escuela. De ahí la relevancia de que los padres tengan tiempo para sus hijos. Porque cuando un niño se cría en un entorno frío, cuando se forma en un ambiente de desconfianza, cuando no siente la cálida manta de la familia y sus amigos arropando sus dudas, puede pasar que navegue en su sangre el buque del rencor y el odio. No es tecnología lo que necesitan nuestros hijos (móviles de última generación con los que inundar la otra realidad de videos y fotos de alto voltaje), sino dedicación y estímulos deportivos e intelectuales. Pero así nos hemos diseñado nuestro modo de vida. La última novela de Marcelo Luján, Subsuelo, aborda estos asuntos revistiéndolos de intriga y terror psicológico.

La obra se articula en dos tiempos, en dos veranos sucesivos; y se localiza en una parcela con piscina y cerezos, en el fondo de un valle. Los protagonistas son dos adolescentes y dos jóvenes, además de sus padres. El narrador –omnisciente– recurre a una modalización multiselectiva (narra desde las coordenadas de distintos personajes), y lo hace, en ocasiones, para relatarnos el mismo episodio desde un ángulo nuevo. Como Tarantino en Jackie Brown. Además, gusta de romper el orden cronológico con una temporalización prospectiva, cuando no simultánea. El estilo es cadencioso, envolvente, como una sinfonía de notas que se repiten; la resonancia interna de imágenes y motivos tejen una red de la que no es posible sustraerse, de la que no hay salida.    

El argumento es simple: se trata de una historia de humillaciones y venganza; donde todo el mundo tiene su parte de culpa, su responsabilidad. Fabián –el mellizo acaínado de la novela (tema unamuniano donde los haya)–, es uno de esos edolescentes que, de un tiempo a esta parte, abren los informativos porque su carácter violento –sociópata– los ha llevado al asesinato (recuerden el homicidio en abril de Abel: un profesor interino del IES Joan Fuster, Barcelona, a manos de un estudiante armado con ballesta y cuchillo) o al bullying (recuerden a la estudiante del IES Ciudad de Jaén, Madrid, que se suicidó en mayo porque ya no aguantaba más el acoso de sus compañeros).

Subsuelo, no sólo es una meritoria novela de género, sino un libro que señala las costuras rotas de nuestra sociedad. A ver si las cerramos.


Reseña publicada en Culturamas     
        

viernes, 17 de julio de 2015

Responsabilidad familiar



Artículo de la profesora Olga Casanova

El País. 4 /01/ 2000
 
Hay tantas cosas que una sociedad debe exigir y dar a sus profesores -si fuera consciente de la importancia de la calidad de su labor- que no deja de resultar absurdo que alcancemos un protagonismo tan escaso, una valoración tan pobre sobre nuestros juicios y apreciaciones cuando tenemos una información directa sobre cómo será el próximo mundo, el que ahora estamos fabricando. Cuando aparecemos es siempre por semanas blancas, por navidades, los días sin clase por la tarde en junio o las vacaciones de verano. La obsesión por los horarios escolares no es siempre el síntoma de una preocupación por la calidad de la enseñanza, especialmente cuando para algunas asociaciones de padres se convierte casi en el único tema a analizar y combatir. Vivimos en una sociedad que desconoce y se ausenta de sus obligaciones educativas gracias al trabajo porque eso le permite no tener que analizar y comprometerse y sí exigir a la escuela unos horarios y unas temporalizaciones que le permitan delegar en otros la educación de sus hijos, una educación que no sirve para mucho si esa responsabilidad no es compartida entre familia y escuela. No deja de ser contradictorio que las familias abominen, con o sin razón, de la semana de Carnaval pero que no reivindiquen con la misma pasión el derecho a unos horarios laborales que les permitan regresar antes a casa y ocuparse y convivir con sus hijos. Éste es un mundo que crea huérfanos y que exige a la escuela una paternidad a la que no está llamada aunque su labor sea la de tutelaje y acompañamiento. La educación escolar, pese a todo lo que conlleva, no puede suplir las responsabilidades de las que la familia y la sociedad pretenden desprenderse con respecto a sus niños y adolescentes.


jueves, 16 de julio de 2015

Nuevo acceso docente, el NAD



En 2015 se han convocado, a traición, oposiciones de secundaria en la Comunidad de Madrid. Este año no tocaban. Esta convocatoria nos ha robado dos años de trabajo. Es la primera vez en décadas que los funcionarios interinos de Madrid no vamos a amortizar nuestras notas durante cuatro años, sino durante dos, solamente. Tras cuatro años sin oferta de plazas de Lengua, Matemáticas, Historia... en 2014 se ofertó un número ridículo. Para Lengua, 27 (en 2010: 168). Pero muchos de nosotros no sólo aprobamos una vez más, sino que dimos lo mejor. Yo saqué en la oposición 7,65 (la 39ª entre 1800 opositores; nota que me habría dado plaza en cualquier oposición anterior). Pero resulta que dicha nota, en vez de amortizarla hasta el 2018, al convocarse oposición en 2015, sólo me la van a guardar hasta el año que viene, hasta 2016. Esta situación discriminatoria ha llevado a un grupo de profesores ha reivindicar el NAD, un nuevo acceso docente, que reclama la no caducidad de notas. Si ya hemos aprobado la oposición (en mi caso, cuatro veces, con esta última), que nos dejen la calificación más alta. Ya está bien de someternos a una prueba que hemos superado en otras ocasiones, y de hacernos perder el tiempo. Nuestra prioridad es otra: nuestras clases, nuestros estudiantes.

Os dejo el video del NAD, aquí. Os agradezco la difusión.

Salud.


lunes, 6 de julio de 2015

Otro profesor rebelde, esta vez, un veterano





Fuente: Marea Verde




"LUCÍA FIGAR Y EL SINDIÓS" por José Díaz González

Cuando la situación se teñía de incongruencias, lo racional se disipaba en las entendederas y había que recurrir a la imaginación para deshacer lo ininteligible, a mi padre le ofendía el mundo y gritaba: “esto es un sindiós”, como si aquello lo remediase de inmediato, como si pronunciando el descriptivo se acotase el problema y se aclarase la sinrazón fruto del encantamiento. Curiosamente, lo que es el subconsciente, fue esa la expresión que, sin quererlo, me huyó del estómago y nació al mundo cuando mi director me nombró en el último tercio del claustro de fin de curso.
La entrega de un diploma honorífico y una medallita conmemorativa me reconocían los méritos de dedicación y esfuerzo acumulado durante los más de seis lustros de mi carrera docente. Miré al resto de mis compañeros que aplaudían por cortesía, negados del reconocimiento, pobres… Ni siquiera  una mención pequeñita en octavilla, una chapita de níquel o PVC, incluso la posibilidad de un lacito multicolor, nada, simplemente la ignorancia. ¡O se tienen treinta años de carrera y canas en los sobacos, o no hay palmada en la espalda, ni esfuerzo recompensado, ea! En fin, siempre ha habido clases, anduve rígido el pasillo mirando de frente y estirando el cuerpo, estreché las manos que me tendieron, pero cuando vi el nombre de Lucía Figar en mi lustroso diploma lo entendí todo y me volvió el sindiós a la cabeza.

Me acordé de las huelgas y de las manifestaciones rodeado de alumnos, de compañeros, de familiares. A la ida, de niños corriendo y padres con carros siguiéndolos, a la vuelta, aunque juntos, cambiaba el orden y la verticalidad. Recordé las consignas por la defensa de la pública, el mar verde en el que flotaban La Cibeles y Neptuno chapoteados de mil colores mientras el sonido ensordecedor de los tambores atronaba la marcha. Recordé las asambleas, los lazos, los panfletos, las revistas, las chapas, las camisetas, la fraternización de la enseñanza en mil complicidades y se me llenaron los ojos de lágrimas, es lo que tiene pasar de los cincuenta, que uno se hace más sensible a lo sentimental y, por antagonismo, más duro de cocer. Todo aquel movimiento, toda la lucha tenía un artífice ideológico, un brazo ejecutor, una cabeza visible de ideas claras y objetivos marcados: la Consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, Doña Lucía Figar.

Solo tuve palabras para decirles a mis compañeros de dirección que no era por ellos, pero que no podía aceptar aquel obsequio. Ese dispendio, último estertor de su mandato, no hace honor a los recortes con los que gestionó la enseñanza pública en Madrid, acompañada de su partido en el resto del país, (reducción del número de profesores, creación de tasas de matrícula en FP y aumento de las universitarias, replanteo de la jornada elevando el tiempo de actividad lectiva, incremento de alumnos por aula, supresión y reestructuración de la red de centros docentes, reducción del número de orientadores, eliminación y merma de las horas dedicadas a diferentes tareas: FCT, Jefaturas de Departamento, TIC, extraescolares…) y, por el contrario, sí a las prebendas con las que favorecía a la concertada y la privada. Esta mujer que en ocasiones, llena de arrogancia y soberbia, rayaba el insulto y la descalificación del profesorado azuzándonos para que cumpliésemos nuestro cometido sin protestar, sin levantar la cabeza del cuaderno, mientras ella discutía la legalidad de la percepción de la beca por la guardería de su hija con un salario de escándalo. Sí, la Señora Figar, hoy imputada, delfina de su madrina doña Esperanza Aguirre, es la que me reconoce el esfuerzo de más de seis lustros como docente, “manda güevos”.

Señora Figar, aunque no nos conocemos, yo de usted tengo alguna idea, se lo pido por favor, un respeto, no me ofenda, que no comemos en la misma mesa.


José Díaz González.- Profesor de Secundaria de la Especialidad de Administración de Empresas, 34 años de servicio.


domingo, 5 de julio de 2015

Ítaca





Extraordinario poema de una autora, Paca Aguirre, que se merece estar en el canon poético.

Dedico este texto a quienes no tienen miedo. 
Al pueblo griego. 
A la ciudadanía que no teme las consecuencias de su lucha justa por el trato digno. 
A la profesora que se levantó del aula de oposición y dejó escrito en su examen, para que lo leyera el tribunal: "Si no somos capaces de posicionarnos, si no reaccionamos solidariamente ante el ataque directo al colectivo de interinos como eslabón más débil en la cadena de agravios a la educación, entonces sí, entonces este profesorado, todo él, está enfermo, inhabilitado para educar y debería curarse de moral o abandonar".


La espera

Lo mejor que podemos hacer es no asustarnos.
Ya sé que no resulta fácil atenazar el miedo.
Pero también el miedo une. Es cuestión de saberlo
y no menospreciar esa sabiduría.
Calma, mucha calma,
en medio del terror también se puede tener calma;
casi diría que es imprescindible.
Moverse con cuidado, calcular bien los movimientos:
un paso en falso puede significar la destrucción.
Miedo, naturalmente. Mucho miedo:
nadie quiere desintegrarse.
Pero también el miedo integra. No olvidarlo.
Por descontado: esa tarea no resulta alegre,
pero en casos como el presente
lo más seguro es ver los hechos con realismo.
Nada ayuda tanto como la realidad.
Lo mejor que podemos hacer
es mirar con afecto a la consolación;
cuando se tiene miedo los consuelos no se desprecian.
Cualquiera puede morir,
pero morir a solas es más largo.
Y si el miedo sigue creciendo,
apoyar una espalda contra otra. Alivia.
Infunde cierta seguridad
mientras dura la espera, Telémaco, hijo mío.
  

(De Ítaca, 1972)


Francisca Aguirre


Reportaje fotográfico del Mitin Poético por Ahora Madrid

Foto de Quino Romero

Os dejo el reportaje fotográfico que realizó Reiner Wandler a propósito del recital en apoyo a la candidatura de Ahora Madrid en las pasadas elecciones municipales. Pinchad aquí. Desfilamos por el objetivo muchos poetas, entre otros Jorge Riechmann, Ana Pérez Cañamares, Antonio Crespo, Nuria Ruiz de Viñaspre, Juan Carlos Mestre... y yo. Hubo otros fotógrafos en el mitin, como Quino Romero, a quien agradezco la estampa que reproduzco arriba.

sábado, 4 de julio de 2015

Reflexión de una profesora de secundaria dirigida a su Tribunal de oposición




 
CECILIA HERNÁNDEZ, profesora de secundaria de Madrid

Fuente: Marea Verde


- ¿Qué tal te fue?
- ¿El qué?
- El examen, la oposición ¿no tenías este año?
- ¡Ah! Si, pero no lo hice.
- Pero, ¿no te presentaste?
- No, si me tuve que presentar, pero no lo hice. No contesté a las preguntas.


Una mirada que arrastra todos los prejuicios sobre los profesores interinos intenta aplastarme. No me dejo.

No me dejo porque nada saben ellos, los que aun piensan que queremos vivir de unos supuestos derechos adquiridos hace veinte años. Nada saben ellos de lo que les está sucediendo a sus compañeros, a los profesores de sus hijas, vecinos o sobrinas en los últimos cuatro años. No saben, porque no quieren saber, que este año no tocaba, del mismo modo que el año pasado no les tocaba a los compañeros de primaria-inglés, y a nadie pareció importarle. No saben porque es más cómodo pensar que si al otro le va mal, si después de tanto años aún no lo ha logrado, es porque no se esfuerza o no vale, no vayamos a pensar que hay algo estructural en su fracaso, porque eso nos pondría inmediatamente en peligro a todos, obligándonos a reaccionar.

“Cuando yo aprobé….” Déjalo, por favor, no sigas por ahí. Cuando tú aprobaste vivías en otro mundo que no es el mío, no es el nuestro de hoy. Tú tendrías tus dificultades, no lo niego, pero haz el favor de mirar las mías.

Año 2015, más de mil quinientas personas dicen aspirar a una de las tres plazas libres de mi especialidad, en una convocatoria anunciada a traición con cuatro meses de antelación. “Este año no tocaba”, escucho a mis compañeros repetir como si su mantra les ayudara a pasar el trago de la resignación. No, no tocaba, porque todo el mundo sabe que un año de preparación de oposiciones agota hasta tal punto de que necesitas al menos otro para recuperarte; y, ciertamente, para vivir. Pero no tocaba porque además ¡no debería tocar nunca! Las personas que han aprobado el examen de oposición y están trabajando en las aulas, acumulando experiencia, demostrando su valía curso tras curso, no deberían verse obligadas a presentarse de nuevo a las oposiciones. Sólo deberían hacerlo si a lo que aspiran es a la condición laboral de funcionario de carrera ¿y cómo hacerlo sin oferta de plazas?

La perversión del sistema de oposiciones nos somete a un régimen de trabajos forzados. Cada dos años (cuando no cada año) hemos de preparar un examen cuyas condiciones, además, deben ser sometidas a un riguroso juicio pedagógico. Dos mundos paralelos se desencadenan: el de las personas que te apoyan pacientemente confiando en que todo tu esfuerzo se verá, por fin, recompensado; y el tuyo, el de la conciencia de que no vale para nada, puesto que, si con un poco de suerte apruebas el examen, esto solo serviría para mantenerte en una bolsa de trabajo precario. Pero la trampa no está en la oposición en sí, que superaría el juicio de lo atrozmente normal en este Estado, sino en la combinación entre número de plazas y normativa autonómica de ordenación de la lista de interinos, una vez abolido por decreto dictatorial el acuerdo anterior que era fruto de la negociación colectiva.

La interinidad debería ser una excepción y, sin embargo se ha convertido en la única forma posible de ejercer la profesión, se ha hecho meta lo que no debería ser sino trámite. Superar un examen tan duro que habría de servir para acceder a la plaza de funcionario de carrera es ya, para la mayoría de las especialidades la única forma de conseguir un trabajo temporal, con suerte de septiembre a junio y en demasiados casos con jornadas parciales de hasta 1/3.

Cada vez que alguien me insinúa lo privilegiada que soy vienen a mí las ganas de matar. Tranquilos, me conformo con pensar y escribir estas letras, o las que les dediqué a los miembros del tribunal de este año. Efectivamente, no hice el examen-farsa, pero antes de levantarme les dejé por escrito los motivos por los que me negaba a someterme a su juicio y les pedí, por favor, que fueran ante todo solidarios con sus compañeros, que opositan sólo para poder seguir siéndolo en régimen de interinidad.

En lugar de hablarles de la intervención de España en los conflictos bélicos de los últimos años preferí hablarles de las personas que unos días antes se sentaban a su lado a corregir y evaluar en la sala de profesores. Les hablé de mi vocación, de las vocaciones frustradas y de aquellas que se van deshaciendo a base de carreras de obstáculos que cada vez parecen más insuperables. Les hablé de mis alumnos, de mi amor por mi trabajo al que no pienso renunciar por mucho empeño que pongan quienes insisten en ser mis enemigos. Me hubiera gustado hablarles también de la otra educación que es necesaria para que ese otro mundo que soñamos sea posible. Les hubiera dicho tantas cosas, pero sobre todo les habría pedido que interpretaran mi indignación con afecto, que entendieran que no era una pataleta sino un acto de dignidad, por mi y por todos esos compañeros que llevo conociendo año tras año y que, mientras yo escribía llena de emoción mis reflexiones, sudaban por no meter la pata en una palabra, porque saben que con eso, absurdamente, se juegan el puesto de trabajo, su fuente de ingresos, algo que va mucho más allá de su desarrollo profesional.

La sociedad no se puede permitir el lujo de perder su saber, su experiencia; pero ellos y ellas no se pueden permitir perder su salario. Y es de eso, de pobreza, de lo que estamos hablando. La pobreza ética de una sociedad que dice seleccionar a los mejores y hunde en la miseria a quienes ya lo están siendo. La pobreza material del profesor desahuciado porque tuvo un mal día, después de todos los días buenos regalados y compartidos con sus alumnos.

Si no somos capaces de posicionarnos, si no reaccionamos solidariamente ante el ataque directo al colectivo de interinos como eslabón más débil en la cadena de agravios a la educación, entonces sí, entonces este profesorado, todo él, está enfermo, inhabilitado para educar y debería curarse de moral o abandonar. Pobre.