Desde la
escuela
y aún
antes… Desde el alba, cuando apenas
era una
brizna yo de sueño y llanto,
desde
entonces,
me
dijeron mi nombre. Un santo y seña
para
poder hablar con las estrellas.
Tú te
llamas, te llamarás…
Y luego
me entregaron
esto que
veis escrito en mi tarjeta,
esto que
pongo al pie de mis poemas:
las trece
letras
que llevo
a cuestas por la calle,
que
siempre van conmigo a todas partes.
¿Es mi
nombre, estáis ciertos?
¿Tenéis
todas mis señas?
¿Ya
conocéis mi sangre navegable,
mi
geografía llena de oscuros montes,
de hondos
y amargos valles
que no
están en los mapas?
¿Acaso
visitasteis mis abismos,
mis
galerías subterráneas
con
grandes piedras húmedas,
islas
sobresaliendo en negras charcas
y donde
un puro chorro
siento de
antiguas aguas
caer
desde mi alto corazón
con
fresco y hondo estrépito
en un
lugar lleno de ardientes árboles,
monos
equilibristas,
loros
legisladores y culebras?
¿Toda mi
piel (debí decir),
toda mi
piel viene de aquella estatua
de mármol
español? ¿También mi voz de espanto,
el duro
grito de mi garganta? ¿Vienen de allá
todos mis
huesos? ¿Mis raíces y las raíces
de mis
raíces y además
estas
ramas oscuras movidas por los sueños
y estas
flores abiertas en mi frente
y esta
savia que amarga mi corteza?
¿Estáis
seguros?
¿No hay
nada más que eso que habéis escrito,
que eso
que habéis sellado
con un
sello de cólera?
(¡Oh,
debí haber preguntado!)
Y bien,
ahora os pregunto:
¿No veis
estos tambores en mis ojos?
¿No veis
estos tambores tensos y golpeados
con dos
lágrimas secas?
¿No tengo
acaso
un abuelo
nocturno
con una
gran marca negra
(más
negra todavía que la piel),
una gran
marca hecha de un latigazo?
¿No tengo
pues
un abuelo
mandinga, congo, dahomeyano?
¿Cómo se
llama? ¡Oh, sí, decidmelo!
¿Andrés?
¿Francisco? ¿Amable?
¿Cómo
decís Andrés en Congo?
¿Cómo habéis
dicho siempre
Francisco
en dahomeyano?
En
mandiga ¿cómo se dice Amable?
¿O no?
¿Eran, pues, otros nombres?
¡El
apellido, entonces?
¿Sabéis
mi otro apellido, el que me viene
de
aquella tierra enorme, el apellido
sangriento
y capturado, que pasó sobre el mar
entre
cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar?
¡Ah, no
podéis recordarlo!
Lo habéis
disuelto en tinta inmemorial.
Lo habéis
robado a un pobre negro indefenso.
Lo
escondisteis, creyendo
que iba a
bajar los ojos yo de la vergüenza.
¡Gracias!
¡Os lo
agradezco!
¡Gentiles
gentes, thank you!
¡Merci!
¡Merci
bien!
¡Merci
beaucoup!
Pero no…
¿Podéis creerlo? No.
Yo estoy
limpio.
Brilla mi
voz como un metal recién pulido.
Mirad mi
escudo: tiene un baobab,
tiene un
rinoceronte y una lanza.
Yo soy
también el nieto,
biznieto,
tataranieto
de un esclavo.
(Que se
avergüence el amo)
¿Seré
Yelofe?
¿Nicolás
Yelofe, acaso?
¿O
Nicolás Bakongo?
¿Tal vez
Guillén Banguila?
¿O Kumbá?
¿Quizá
Guillén Kumbá?
¿O
kongué?
¿Pudiera
ser Guillén Kongué?
¡Oh,
quién lo sabe!
¡Qué enigma
entre las aguas!
(Elegías, 1958)