El viento y la hoja, Abbas Kiarostami. Salto de Página, 2015.
Traducción de Ahmad Taherí y Clara Janés. 160 páginas. 13,50 euros.
En la película Close Up (1990), Abbas Kiarostami pone en boca de Sabzian (un
obrero aficionado al cine que se hace pasar por el famoso director iraní Mohsen
Makhmalbaf) estas palabras, que bien valen una poética: “El arte debe surgir de
la vida”. Este apego a lo real, pues, lo encontramos tanto en su filmografía
como en su obra literaria; de hecho, la voz que enuncia nos confiesa en un
texto: “Era un mero observador”.
Ambos Kiarostamis, el cineasta y el poeta, parece que tomen apuntes al
natural, ya sea para seleccionar imágenes que filmar los días de rodaje, o para
escribir poemas breves, a modo de relámpagos, que iluminen un área de su
entorno. ¿Cuántas veces nos hemos metido, de la mano de Kiarostami, en el interior de un coche y
hemos recorrido la geografía persa, conociendo a sus gentes? El lector que
escoja este verano El viento y la hoja (Salto de Página, 2015) tendrá
esa misma sensación de ir descubriendo escenarios y tipos a bordo de los más
de 350 poemas que recoge el volumen. Si Kiarostami en El sabor de las
cerezas (1997)
mostraba al mundo planos del paisaje iraní y de sus habitantes, en sus
composiciones líricas realiza otro tanto. En ocasiones los textos se centran en
la escenografía: los árboles, la nieve, los campos de labranza, los arrozales;
y a menudo, en la galería humana: soldados, obreros, poetas, leñadores,
campesinos, maestros. En otros poemas, sin embargo, el autor se abstrae de la
realidad cotidiana y reflexiona sobre el paso del tiempo, la amistad o la
propia existencia (“Sin pena/ ni alegría/ sigo mis pasos/ hacia algún sitio”,
pág. 118). Pero además de unos temas comunes, el cine y la lírica de Kiarostami
comparten otro
rasgo: la técnica. En sus sus películas vemos planos fijos, en sus poemas
percibimos la desnudez retórica. En ambas artes domina la sencillez formal. La
fuerza de Kiarostami descansa en las imágenes y en la honestidad (y compromiso)
de su mirada (“Una muñeca sin cabeza/ en las manos de una niña dormida/ en
brazos de una mujer/ desorientada” pág. 64). Sus poemas, minimalistas,
recuerdan no ya sólo a los de Omar Jayyam o Rumi (a quien editó), sino que se insertan en la corriente
contemplativa oriental que une a la mística persa con el haiku medieval japonés
(“Al posarse/ la abeja en la flor/ la mariposa se levantó” pág. 30). No faltan
en el libro textos irónicos, de plena actualidad, cargados de sátira política y
económica: “A los cajeros/ les faltaba poesía/ en las cajas”, “Los bancos/
planeaban abrir/ sucursales de poemas” pág. 77. En conclusión, El viento
y la hoja deleitará
a los amantes del cine de Kiarostami y de la poesía en general, honesta y
sencilla.
Esta reseña ha sido publicada por el blog La Tormenta en un Vaso.