La narradora madrileña María
de Zayas publicó, además del volumen Novelas amorosas y ejemplares (Zaragoza, 1637), una
nueva colección de relatos: Parte segunda del Sarao y entretenimiento honesto (Zaragoza,
1647), más conocida como Desengaños amorosos. En el “Desengaño cuarto” pone en boca de su
protagonista, Filis, la reclamación de que los hombres hayan excluído a las
mujeres de las letras por temor a su competencia, seguida del reproche de su
excesivo afeminamiento por negárseles el uso de las armas.
Demás de esto, como
los hombres, con el imperio que naturaleza les otorgó en serlo, temerosos quizá
de que las mujeres no se les quiten, pues no hay duda que si no se dieran tanto
a la compostura, afeminándose más que naturaleza las afeminó, y como en lugar
de aplicarse a jugar las armas y a estudiar las ciencias, estudian en criar el
cabello y matizar el rostro, ya pudiera ser que pasaran en todo a los hombres.
Luego el culparlas de fáciles y de poco valor y menos provecho es porque no se
les alcen con la potestad. Y así, en empezando a tener discurso las niñas, pónenlas
a labrar y hacer vainillas, y si las enseñan a leer, es por milagro, que hay
padre que tiene por caso de menos valer que sepan leer y escribir sus hijas,
dando por causa que de saberlo son malas, como si no hubiera muchas más que no
lo saben y lo son, y ésta es natural envidia y temor que tienen de los que han
de pasar en todo. Bueno fuera que si una mujer ciñera espada, sufriera que la
agraviara un hombre en ninguna ocasión; harta gracia fuera que si una mujer
profesara las letras, no se opusiera con los hombres tanto a las dudas como a
los puestos; según esto, temor es el abatirlas y obligarlas a que ejerzan las
cosas caseras [...]
Y no será justo
olvidar a la señora doña Isabel de Ribadeneira, dama de mi señora la condesa de
Gálvez, tan excelente y única en hacer versos, que de justicia merece el
aplauso entre las pasadas y presentes, pues escribe con tanto acierto, que
arrebata, no sólo a las mujeres, mas a los hombres, el laurel de la frente; y
otras muchas que no nombro por no ser prolija [...]
De manera que no voy
fuera de camino en que los hombres de temor y envidia las privan de las letras
y las armas […] ¡Ah, damas hermosas, qué os pudiera decir, si supiera que como
soy oída no había de ser murmurada! ¡Ea, dejemos las galas, rosas y rizos, y
volvamos por nosotras: unas, con el entendimiento, y otras, con las armas!