sábado, 29 de noviembre de 2014

Noche estrellada



 
Aníbal se frotó las bolsas de los ojos. Apenas había dormido en toda la noche.
Su gata dormía abrazada a él cuando su brusca incorporación la hizo bajar de un salto de la cama.
Oscuridad. Silencio.
Cada noche, desde hacía algún tiempo, el vigilante se despertaba de madrugada con los ojos humedecidos. Siempre lo zarandeaba la misma pesadilla. Y el despertar no lo calmaba. Al contrario. Sentado medio desnudo sobre el colchón, sentía pánico. Se imaginaba un cielo salpicado por cien mil estrellas, un espacio infinito donde bailaban miles de constelaciones. Una negrura inabarcable. Fría. Solitaria.
          Su futuro. El futuro de todos.
          Sabía que llegado el momento no volvería a pronunciar la palabra madre; ni el nombre de su gata o de su perro: Argos, Brisa.
          Sabía que una noche ni siquiera existiría él.
        Temblaba, pero no de frío. Y eso que dormía sin pijama en el mes de enero, y que su chalet se encontraba en el corazón de una finca justo en medio de un terreno pelado.
        Se puso un pantalón de chándal y una camiseta y salió a que lo abofeteara el aire. Su perro le siguió hasta el cobertizo donde guardaba las herramientas con la que araba el huerto. Cultivaba hortalizas y árboles frutales. Y es que vivía a kilómetros del primer supermercado. Le gustaba ser autosuficiente. Quizás porque no era demasiado social. Sin duda, era un líder dentro del aeropuerto, pero la gente le acababa decepcionando. Por eso vivía apartado. Sólo se fiaba de sus animales. Jamás le habían fallado. En sus tierras, además, tenía cuanto necesitaba.
Tras hurgar un rato entre útiles y máquinas, Aníbal cogió un viejo rastrillo de madera y se dirigió a un lateral de la finca lleno de arbustos, kilos de arena y piedras: su propio jardín zen. El perro, sentado sobre sus patas, lo veía en la distancia dibujar delicadas hondas bajo el cielo estrellado. Sólo así, sintiendo cómo el aire y el frío le mordían la piel, cómo el cuerpo se doblaba sobre la tierra, lograba serenarse.
Sólo así se sabía vivo.


       (Fragmento de mi novela Inercia, Baile del Sol, 2014)

viernes, 28 de noviembre de 2014

Vatanescu y la liebre



Vatanescu y la liebre. Tuomas Kyrö. Alfaguara. 2014. Traducción de Dulce Fernández Anguita. 345 páginas.
  
La literatura nórdica está de moda, y en concreto, la finlandesa. Las pruebas son evidentes, no sólo se traducen los libros al español, sino que el arco temporal entre los años de publicación en Finlandia y en nuestro país resulta cada vez más pequeño: se estrecha, se comprime. No fue el caso de Arto Paasilinna (1942). El desfase entre el año de publicación de sus novelas en su lengua y en la nuestra es enorme: El molinero aullador (1981-2004), El bosque de los zorros (1983-2005), Delicioso suicidio en grupo (1990-2007), La dulce envenenadora (1988-2008), El mejor amigo del oso (1995-2009) y El año de la liebre (1974-2011). La nueva generación de escritores finlandeses, sin embargo, lo tiene más fácil. Son los casos, sobre todo, de autoras que se han vuelto imprescindibles en la literatura europea: Sofi Oksanen (1977. Purga: 2008-2011; Cuando las palomas cayeron del cielo: 2012-2013), Riikka Pulkkinen (1980. La verdad: 2010-2012) y Katja Kettu (1978. La comadrona: 2011-2014); así como del autor que nos ocupa: Tuomas Kyrö (1974. Vatanescu y la liebre: 2011-2014).

Esta última novela es un claro y explícito homenaje al gran Paasilinna, y por supuesto, al libro que lo catapultó a la fama: El año de la liebre. Si éste tardó la friolera de 37 años en traducirse, su acólito ha tardado sólo tres. Y no porque la obra sea mejor, sino por la simple razón de que el lejano Norte y sus estepas heladas cruzadas por auroras boreales por fin nos interesan a los mediterráneos. Será que necesitamos la oscuridad y el frío de Laponia, su silencio, para olvidar la crisis, para dejar de ver esta sociedad consumista que nos consume, este capitalismo que carece de importancia. Los valores necesarios son otros, y por lo visto, no se encuentran aquí.  

Vatanescu y la liebre imita la estructura itinerante de los libros de Arto Paasilinna. El protagonista de la historia es un rumano que ha contratado una red clandestina dedicada al tráfico humano para rehacer su vida en un país del Báltico (la narrativa europea se está interesando de verdad por un problema que nos afecta a todos, valgan como ejemplos las obras: Libro, Purga, Inercia, Temblad villanos…). En su huída de la red, Vatanescu (versión rumana de Vatanen, el protagonista finlandés de El año de la liebre) se irá relacionando con distinto personajes –nativos o emigrantes– que le pondrán obstáculos o le ayudarán en ese ejercicio tan difícil de la supervivencia. El motor que le mueve es el sueño de su hijo por calzarse unas botas de tacos y ser futbolista.

Como en el caso de la novela de Paasilinna, encontramos en esta obra la concatenación de situaciones absurdas y disparatadas, aderezadas con humor negro; no obstante, la narrativa de Tuomas Kyrö no alcanza los niveles de desolación y desencanto de su maestro. Kyrö se decanta por la redención, por el cumplimiento de promesas, por la fantasía que sólo la literatura puede propiciar.

 
Lógicamente, aunque ambas novelas compartan un espíritu irónico, una actitud crítica ante el modo de vida occidental, una defensa de la ecología, un armazón, una pareja protagonista o una localización espacial, la Finlandia que describen no es del todo idéntica. Entre ambas novelas han transcurrido 40 años. De ahí que en la galería de tipos sociales de Vatanescu y la liebre nos topemos con mafiosos rumanos y soviéticos o con exiliados vietnamitas y ghaneses. Y por eso también la voz narradora en la que Kyrö delega su responsabilidad enunciativa es una voz macarra, hasta soez, muy a menudo.

Los lectores de Paasilinna disfrutarán con este libro, en el que encontrarán guiños y ecos de las novelas del prolífico y afamado escritor finlandés. Los demás descubrirán un horizonte narrativo heredado: divertido y sarcástico.

Ojalá Anagrama aproveche el interés editorial por Finlandia para seguir editando los títulos del indiscutible maestro, al que echamos en falta.

Esta reseña ha sido publicada por el blog La tormenta en un vaso. Tenéis la página original aquí.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Temblad villanos

 



Temblad villanos, Luis Manuel Ruiz. Premio Málaga de novela. Fundación José Manuel Lara. 2014. 19 euros. 304 páginas.
 

Existen muchos tipos de novelas policíacas o de investigación, pero al que últimamente se dedica, y con éxito, el novelista sevillano Luis Manuel Ruiz, es a la parodia del género. No vayan a pensar que este juego humorístico con los resortes y piezas que mueven a las novelas de detectives resta relevancia a sus obras. Todo lo contrario. Este escritor ha leído a Cervantes, lo ha asimilado, sabe que entre burlas y veras los libros sirven para la denuncia de aquello que no funciona bien donde uno vive. Y en nuestra sociedad, qué les voy a contar que ustedes no sepan, hay muchísimas cosas averiadas, rotas e imposibles de reparar. No, al menos, con estas estructuras de que nos hemos dotado. En resumen, en su nueva y premiada novela, Temblad villanos, Luis Manuel Ruiz se ríe de las convenciones de un subtipo literario para pintar un duro –y divertido retrato– de su época, de nuestra sociedad.

¿Con qué ingredientes? A saber: una inspectora, Esther Béjar, torpe e insegura, separada recientemente de su marido; éste, Adam: un ilusionista especializado en escapismos, sobre todo, cuando se trata de huir de su propia familia; el hijo de ambos, Tomás, un crío de cuatro años superdotado, a quien la madre impone por castigo que abandone sus lecturas científicas por los dibujos de Bob Esponja; su superior, el inspector jefe Lago, un hombre abstraído por la música, inútil para el cargo que ocupa, que recuerda al alcalde de las Súper Nenas; y el verdadero protagonista de la historia: un empleado de la oficina de objetos perdidos en un galáctico centro comercial, Modesto Pardo, un hombre de aspecto harapiento, que goza de un coeficiente intelectual fuera de lo común.

¿Qué aventuras viven? Cuando la inspectora Béjar se incorpora a su nuevo puesto en Sevilla, tras abandonar a su esposo en Madrid, su nueva comisaría tiene abiertas dos investigaciones sobre otros tantos crímenes: la ejecución de varias mujeres por un asesino en serie apodado el Asesino del Tobillo; y la tortura hasta la muerte de Martín Merlo, gerente de un restaurante temático, el Transilvania Express, dedicado al conde Drácula. A ella le asignan este segundo caso, para el que contará con la ayuda inestimable de Mo Pardo, experto en criptogramas y en el mundo del cómic.



¿Qué otros alicientes nutren la trama? Los amantes del pop de los ochenta gozarán de lo lindo con las citas de The Communards (grupo por el que siento debilidad, para qué voy a mentirles, desde mi tierna infancia), Modern Talking, Elton John… Los adictos al cotilleo tendrán su dosis de actualidad rosa gracias a la madre de Béjar, que sintoniza los programas del corazón nocturnos.

Temblad villanos en una obra entretenida, muy bien escrita, que no deja un cabo suelto. La pintura de los personajes es inverosímil, pero es que Luis Manuel Ruiz rinde homenaje con su libro a los padres de las historietas: Ibáñez, Hergué, Hugo Pratt… Este tributo se combina con la influencia de novelones serios: Coma, de Robin Cook. 

Que no les disuada la ilustración de la cubierta (esa mujer armada con un hacha), la novela no va a herirles, aunque es probable que a veces, sí les parta de la risa.

Esta reseña ha sido publicada en Culturamas. Página original, aquí.
 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Contratiempos

 


La tormenta en un vaso publica mi reseña del primer libro de relatos de Pilar Tena (Madrid, 1955): Contratiempos (Salto de Página, 2014).
 
Podéis leerla aquí.
 
 

martes, 4 de noviembre de 2014

El vigilante



 

El vigilante. Peter Terrin (Rayo verde editorial. 2014). 221 páginas. 17´30 euros.



En 2009, la Unión Europea creó un Premio Internacional de Literatura para promover la obra de novelistas emergentes fuera de sus países. Desde entonces, un jurado de prestigio selecciona a doce escritores pertenecientes a otros tantos estados de la Unión. Cada año varían las naciones a participar en el certamen, que consiste en la traducción de las novelas a otras lenguas comunitarias y una retribución a los autores de cinco mil euros en metálico. Los requisitos para optar a una candidatura son tres: que dichos novelistas sean europeos, que hayan publicado más de un libro y que su país haya sido propuesto en la convocatoria. El fallo se produce en Ferias del Libro como las de Gotemburgo o Frankfurt. En palabras del presidente de la Federación Europea de Editores, el premio nace con una clara voluntad de descubrir “nuevos mundos, nuevas culturas, a través de la obra de los autores galardonados […]; es una excelente manera de celebrar la diversidad de Europa, un valor que debemos cultivar en estos tiempos de crisis”.

En 2010 fueron premiados los siguientes escritores: Myrto Azina Chronides (Chipre), Adda Djørup (Dinamarca), Tiit Aleksejev (Estonia), Riku Korhonen (Finlandia), Iris Hanika (Alemania), Jean Back (Luxemburgo), Răzvan Rădulescu (Rumania), Nataša Kramberger (Eslovenia), Raquel Martínez-Gómez (España), Goce Smilevski (Macedonia) y el autor que nos ocupa: Peter Terrin (Bélgica).

Cuando Terrin (nacido en 1968) consiguió su reconocimiento por El vigilante (2010), contaba en su haber con las novelas Kras (2001), Blanco (2003) y Vrouwen en kinderen eerst (2004).

 

El vigilante narra en primera persona las vicisitudes laborales de una pareja de vigilantes de seguridad que prestan un servicio armado en el sótano de un edificio de lujo. Quien habla es Michel, un hombre meticuloso, metódico y disciplinado. Su compañero, Harry, representa su contrapunto: es impulsivo, brusco y descuidado. Entre ambos se establece una relación jerárquica (liderada por el segundo), pero también de interdependencia. No en vano, apenas mantienen contacto con el resto del mundo. Sólo se tienen el uno al otro. Recluidos en un aparcamiento, su misión es proteger la vida de cuarenta –acaudalados– residentes, con los que mantienen un trato meramente profesional: frío y distante. Extraña que carezcan de contacto con su empresa, pese a lo peligroso y delicado que parece su cometido. Pero lo cierto es que no disponen de emisoras, que en caso de necesidad no podrán pedir refuerzos a un centro de control, a un mando operativo. Si bien este detalle refuerza el aislamiento de los protagonistas, su soledad, convengamos en que es del todo inverosímil. Un punto flaco de la obra. Escrita con una prosa sobria y directa, la novela avanza lentamente hacia dos conflictos: el éxodo de la mayoría de los vecinos del inmueble y la llegada de un tercer componente que rompe la simetría del equipo. Esa desaparición en masa virará la novela hacia la ciencia ficción y del terror psicológico. Los personajes elucubrarán teorías apocalípticas que justifiquen el exilio. Por su parte, la irrupción del nuevo compañero escorará la obra hacia la demencia.

El vigilante es un libro de planteamiento original, hay que reconocerlo. Sus temas, actuales (la incomunicación, la desinformación, el miedo). No obstante, algunos aspectos de la trama son previsibles. Los prejuicios –infundados– sobre los vigilantes de seguridad, también. Quien busque una novela realista o verosímil no la encontrará en estas páginas. Sin embargo, deleitará a los lectores que gusten de historias delirantes. Como quiera que sea, un consejo: desconfíen de su mente, no hay mayor peligro que la propia inseguridad…


Esta reseña ha sido publicada en La tormenta en un vaso. El enlace, aquí

sábado, 1 de noviembre de 2014

La Guerra de Invierno en Viento Sur



Os dejo un enlace la revista digital Viento Sur, donde el poeta Antonio Crespo Massieu (autor de la espléndida Elegía en Portbou, Bartleby, 2011) ha publicado una reseña de mi cuarto poemario (La Guerra de Invierno, Hiperión, 2013; Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana) acompañada de textos sacados del libro.

Podéis leerlo todo aquí.